En el Día Mundial del Refugiado, lanzamos el Manifiesto de Una sola Humanidad Compartida

20 junio 2024

Hoy, en el Día Mundial del Refugiado, el Servicio Jesuita a Refugiados, Caritas Internationalis, las Uniones Internacionales de Superiores Generales (UISG y USG), Justicia, Paz y Integridad de la Creación (JPIC) y la Curia Jesuita lanzan el Manifiesto «Una Sola Humanidad Compartida». El objetivo del Manifiesto es animar a las comunidades y a todas las partes interesadas a rechazar las actitudes perjudiciales hacia los refugiados, y a promover espacios compartidos de pertenencia y encuentro. Creemos firmemente que sustituir la hostilidad por la apertura y la empatía es esencial para crear igualdad de acceso a las oportunidades para los refugiados y fomentar la participación de todos en la configuración de sociedades compasivas y justas.

Este año, el Día Mundial del Refugiado llega en un momento de enorme aumento de los conflictos y las crisis humanitarias prolongadas. El impacto humano se refleja claramente en el Informe sobre Tendencias Mundiales 2023 del ACNUR, publicado recientemente: en los últimos 12 años, el número de desplazados forzosos ha aumentado constantemente hasta alcanzar los 117,3 millones a finales de 2023 y es probable que haya superado los 120 millones a finales de abril de 2024. La mayoría proceden de Siria, Afganistán, Venezuela y Ucrania.

Observamos con gran preocupación cómo se violan a menudo los principios y obligaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos, lo que conduce a la matanza indiscriminada de civiles, así como al desplazamiento forzoso de millones de personas. Se amenaza la protección de los refugiados en todo el mundo y se cuestiona abiertamente el derecho de asilo. Se firman acuerdos para externalizar los controles fronterizos regionales o externalizar los procedimientos de asilo reubicando a los solicitantes de asilo en países inseguros, lo que atenta contra su dignidad y sus derechos humanos. Además, también nos preocupa la creciente política del miedo, que deshumaniza a los refugiados y ve en ellos una carga y una amenaza, alimentando actitudes nocivas hacia el «extranjero». Personas refugiadas suelen llevar con ellos mismos los efectos de esta violencia, congelados en sus corazones y mentes, y lamentablemente a menudo se enfrentan a una violencia aún mayor en los lugares donde esperan encontrar seguridad.

Para nuestras organizaciones eclesiásticas, trabajar a diario sobre el terreno junto a los refugiados y otras personas desplazadas y abogar por la protección de sus derechos humanos a todos los niveles, es una señal notable de que el paradigma sobre el que los Estados están construyendo sus políticas actuales necesita un cambio radical. Nuestras sociedades perderán su sentido de la humanidad si siguen cavando zanjas y rodeándose de alambre de espino. Un mundo en el que prevalecen la indiferencia y el odio, y en el que la solidaridad y la fraternidad ya no son valores fundamentales de la vida social, está destinado a implosionar.

Creemos en una visión muy diferente del mundo. Junto con el Papa Francisco, estamos convencidos de que todos los seres humanos tienen la misma dignidad y forman parte de la misma familia humana. Al reconocer esta unidad, podemos cambiar las narrativas de violencia y miedo que pretenden justificar la violación de la dignidad y los derechos humanos fundamentales de las personas refugiadas.

Para las personas que huyen de sus países, desarraigadas de sus seres queridos, sus empleos, propiedades, activos financieros y el reconocimiento de sus cualificaciones, el restablecimiento de los derechos socioeconómicos, junto con los derechos políticos y culturales, es crucial para reconstruir una vida digna y una condición necesaria para que tanto la protección como las soluciones duraderas sean efectivas. Los actores humanitarios, de desarrollo y de paz están llamados a trabajar conjuntamente para apoyar a los países afectados por el desplazamiento en la aplicación de una agenda que promueva la plena integración de los refugiados y solicitantes de asilo y soluciones de desarrollo con visión de futuro.

Tenemos que desafiar al mundo a que se comprometa efectiva y emocionalmente con la realidad de los refugiados, y a que los trate como seres humanos, como personas de dignidad inalienable, hechas a imagen y semejanza de Dios, de las que tenemos la responsabilidad de cuidar porque todos somos responsables de todos.

Al reconocer nuestra humanidad compartida, podemos derribar barreras, fomentar relaciones transformadoras, facilitar la hospitalidad a los refugiados y crear espacios seguros y compartidos para todos en nuestras comunidades, arraigados en la comprensión y la unidad.