Jordania: Encontrar un hogar en una tierra extranjera

03 marzo 2017

Muhammad y su familia en Amman.
Muhammad y su familia en Amman. (Kristóf Hölvényi / Servicio Jesuita a Refugiados)

Amman – Al Marekh es un suburbio de Ammán, Jordania. Hoy es el hogar de muchos refugiados de Palestina, Irak y Siria. Si bien los alquileres no son tan altos aquí como en el centro de la ciudad, estos siguen aumentando año tras año.

Mohammed, originario de Daraa, vivió una buena parte de su vida en el área de Al Salhiyeh, en Damasco, Siria. Tenía un próspero negocio de tapicería y le iba bien. No tenía ninguna prisa en casarse hasta que en 2011 conoció a Hannan. Hannan estaba divorciada y era madre de un hijo de ocho años, Ali, que vivía con ella. Hannan y Mohammed finalmente se casaron, pero antes de que pudieran iniciar su vida juntos, la guerra estalló en Siria.

Como la zona donde vivían no estaba demasiado afectada, decidieron quedarse. Sin embargo, las cosas comenzaron a ir de mal en peor.

«Por todas partes, mataban a la gente. Las autoridades desconfiaban de la mayoría de personas. Cualquiera podría ser arrestado en cualquier momento,» dice Mohammed con la mirada perdida. Fue entonces cuando vio que ya no podían seguir viviendo allí.

Junto con su hermano menor, decidieron huir de Siria. En marzo de 2012, cargando todo lo que pudieron en dos coches, viajaron hasta Jordania. Viajar por carretera los primeros días de la guerra no era tan difícil como lo es hoy. Lo hicieron en solo cuatro días.

No fue fácil establecerse en una tierra extranjera. Él y la familia de su hermano tuvieron que trasladarse de un lugar a otro en busca de un alojamiento decente. El suburbio en el que viven Mohammed y su familia es, en efecto, muy diferente del resto de la ciudad. Conseguir registrarse en la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados fue otro largo proceso.

Cuando ya pudieron inscribirse, él se ganaba algún dinero con regularidad. Para complementar esto, Mohammed tuvo que buscar todo tipo de trabajos, unas veces como tapicero, otras, cualquier cosa que le ofrecieran. No fue fácil.

Mientras tanto, Hannan dio a luz a tres hijos Yousef, Ahmed y Zain. Su hermano también tiene cuatro hijos. Juntos, los doce miembros de la familia, vivían en un apartamento de dos habitaciones con lo mínimo para vivir.

El único sueño de Mohammed era ir a Estados Unidos para que sus hijos pudieran tener un futuro mejor. Pasaron por los rigurosos procesos de entrevistas. Les solían decir que les llegaría el turno en unos meses. Y ya han pasado cinco años. Con las nuevas políticas migratorias estadounidenses en marcha ya no sabe qué hacer ni qué esperar.

Comparte con el Equipo de Visitas Domiciliarias del JRS su último certificado médico y una radiografía de su abdomen y pelvis. Tiene un tumor maligno. El cáncer aparentemente se está propagando pero eso no le amarga.

Él y su familia están muy agradecidos con el equipo del JRS por las visitas periódicas a su familia y la ayuda en efectivo que ha recibido del JRS para cubrir parcialmente los costos de su tratamiento. Con un brillo en sus ojos dice: «El JRS es una familia para nosotros; sus visitas tienen un impacto positivo en nuestras vidas. Nos han estado acompañando y han caminado con nosotros en este difícil viaje.”

Hannan es alegre, mostrando su calidez y hospitalidad mientras sirve tazas de té caliente a sus visitantes. Hay una pintura en la pared desnuda de la casa. «Es un ‘árbol de la vida’ hecho por mi hijo mayor, Ali,» dice con orgullo. Es una pintura simbólica, aun cuando un futuro desconocido les aguarda.

Su primer destino desde Siria fue Jordania. Su destino soñado era Estados Unidos. A pesar de todas las presiones y desafíos que su familia y él enfrentan hoy, Mohammed sigue alimentando sus sueños: la esperanza en un mañana en el que sus hijos tengan un futuro mejor en un mundo con más amor y más paz.