Una profesora desplazada en Myanmar reconstruye la esperanza en su viaje
22 octubre 2024
«Tengo 33 años y llevo desplazada en Myanmar con mi familia y mis hijas desde mediados de 2021. Cuando los soldados llegaron a nuestro pueblo, todos estábamos asustados. A medianoche, huimos a un monasterio cercano sin luz porque teníamos miedo de que si usábamos la luz, nos apuntaran. Nos quedamos a oscuras toda la noche», cuenta una joven* desplazada en Myanmar.
En febrero de 2021, un golpe militar y los conflictos resultantes sumieron a Myanmar en una grave crisis humanitaria que alteró para siempre la vida de miles de personas.
«Como la multitud era cada vez mayor, el monasterio ya no era seguro para nosotros y entonces, tuvimos que huir nuevamente». Junto con su madre y sus dos hijas, se dirigió al pueblo donde vivían algunos de sus familiares.
«Para todos nosotros fue un reto llegar adonde estaban nuestros parientes, no teníamos electricidad y no sabíamos cómo contactar con ellos. Lo que nos guió fue la luz centelleante de las estrellas en el cielo. Tuvimos que pasar dos noches y tres días viajando y sentíamos mucha hambre y soledad», comenta.
Reconstruir una vida en la nueva comunidad no fue fácil. «Fue un gran reto encontrar un lugar donde alojarnos en el pueblo. Después de discutirlo, la comunidad nos organizó un campamento en el bosque. Sin embargo, yo no tenía ingresos porque no había ningún trabajo disponible en el campamento, y el dinero que había ahorrado no era suficiente para mantener a toda la familia. Odiaba mi situación, sin comida, amigos, ropa que ponerme ni agua que beber. Me sentí muy triste cuando me enteré de que habían quemado las casas de nuestro pueblo. En ese momento, ya no podía salir de mi mente ni paz, ni calor, ni perdón».
Pasaron ocho meses en el campo antes de trasladarse finalmente a casa de su tía, donde encontraron un refugio más seguro. «El apoyo que recibí de la comunidad local me dio la energía necesaria para seguir adelante. Ahora, nos animamos unos a otros en el campamento y compartimos lo que tenemos. Me siento parte de una gran familia en el campamento, junto con la comunidad de acogida».
Trabaja como profesora voluntaria, ofreciendo a los niños la oportunidad de continuar su educación, que de otro modo se vería gravemente comprometida por el conflicto y los constantes desplazamientos. «Compartir conocimientos con los alumnos me ayuda a olvidar mi dolor y la soledad de vivir desplazada. Por otro lado, me alegra mucho que los estudiantes puedan continuar su educación».
«Deseo que esta crisis termine muy pronto y podamos vivir en paz con un futuro más brillante, y deseo volver a casa, a mi pueblo», concluyó.
*no se menciona el nombre de la mujer para proteger su identidad
*este artículo fue publicado originalmente por JRS Asia Pacific.