Portugal: El testimonio de Catherine

20 diciembre 2018|Por Catherine Hubbard, voluntaria del JRS Europa

Catherine realiza actividades artísticas y manualidades con detenidos
Catherine hace actividades de arte y manualidades con detenidos. (Servicio Jesuita de Refugiados)

Oporto – He estado trabajando como voluntaria en la UHSA, la Unidad Habitacional de San Antonio, en Portugal, durante los últimos tres años.
La UHSA es un centro de detención donde los migrantes permanecen recluidos hasta que son deportados, o como suele pasar a menudo, liberados en la comunidad después de 60 días si los trámites de su documentación siguen sin resolverse.  Soy voluntaria del Servicio Jesuita a Refugiados, una de las pocas ONG que tiene acceso al centro

Comencé a trabajar para el JRS tras conocer a una de las voluntarias habituales de la UHSA, Gail Aguiar. En ese momento, yo estaba de luto por la muerte de una mujer mozambiqueña sin hogar que conocí en Oporto llamada Sandra, que falleció sola en la calle. Me horroricé y sentí que le había fallado, que la sociedad le había fallado.  También sentí muy profundamente que necesitaba dar más a la comunidad, especialmente a los marginados. Gail me dijo que el centro necesitaba personas que hablaran inglés y otros idiomas, así que presenté la solicitud.  Mi trabajo ahora consiste en proporcionar apoyo psicosocial, trabajar hombro con hombro con los migrantes, ser empática y acompañar en circunstancias que son estresantes y a menudo deprimentes.

En la práctica, eso se concreta en actividades artísticas y manualidades; a veces enseño origami o portugués básico, jugamos a la Jenga, coloreamos dibujos, hacemos puzzles, cualquier cosa que ayude a pasar el tiempo dentro del centro de una manera más atractiva y estimulante.  La gente ingresa en la UHSA tras pasar por situaciones terribles. Ha habido mujeres que han sido víctimas de trata, hombres que trabajaron como esclavos, migrantes con adicciones y traumas múltiples, personas con graves problemas de salud física y mental, mujeres embarazadas y niños.  Como voluntaria con experiencia en rehabilitación en salud mental, pregunto a los detenidos si comen y duermen, y los animo a salir fuera y que les dé el sol siempre que sea posible y a hacer algo de ejercicio con Ricardo, el preparador deportivo que les visita una vez por semana.

A veces hay que hacer de animadora, contar chistes y calmar los ánimos, pero a la vez, trato de no dar falsas esperanzas a los problemas (muy serios) de alguien necesitado de un oído atento.  Hacer este trabajo reafirma mi fe en la humanidad.  Regularmente veo inmigrantes de distintos países, con diferentes idiomas, culturas y religiones que se apoyan entre sí. A veces se convierten en amigos duraderos. A veces se enamoran. A veces se convierten en una gran familia provisional, en un «tío» o en una «tía» para un niño cuya madre embarazada está agotada y tiene náuseas.

También tengo el privilegio de compartir momentos de alegría, a pesar del entorno.

Recuerdo a un detenido argelino, en clase de portugués, que, al oír la palabra «cigarro,» o cigarrillo, gritó: «¡Oui, oui! ¡Le Marlboro! ” haciéndonos reír a todos.
Una vez, cuando salía de compras con mis hijos, me topé con un hombre que estuvo en el centro y fue liberado en la comunidad.
«Tu mamá es una heroína,» les dijo a mis hijos, cuando se los presenté. No creo que pueda describir adecuadamente cómo me hizo sentir eso, excepto que lo que dijo reveló mucho más sobre su carácter, su calidez de espíritu humano, que sobre mí.

Este artículo se publicó originalmente el 5 de diciembre de 2018 en el sitio web del JRS Europa.