No debemos olvidar al pueblo de Afganistán
15 agosto 2022
Un año después de la toma del poder de los talibanes, la situación humanitaria en Afganistán sigue siendo difícil. Más de la mitad de la población depende actualmente de la ayuda humanitaria y muchos desplazados internos viven en asentamientos improvisados.
Fuera de Afganistán, los que se marcharon también se enfrentan a los retos de intentar reconstruir sus vidas en un nuevo lugar. A continuación, los refugiados afganos comparten sus experiencias de desplazamiento, sus intentos de integración y sus sueños de volver a casa y reunirse con sus familias.
Volver: un sueño imposible
«Si ahora alguien me preguntara: “si no hubiera talibanes y si tu vida no corriera peligro, ¿volverías?” Diría que sí, por qué no, porque todos los que quiero están [allí]».
Abdul* huyó de Afganistán tras la toma del poder de los talibanes. Como muchos otros, cuya vida corrió grave peligro por el cambio de régimen, tuvo que tomar una difícil decisión en muy poco tiempo. «No fui capaz de pensar que no volvería a Afganistán».
Diez meses después, ha avanzado mucho en su integración en Italia, donde vive actualmente con su mujer y su hijo. Está aprendiendo el idioma y ha conseguido un trabajo, pero sus pensamientos se dirigen a menudo a su casa, donde su madre y sus hermanos necesitan su apoyo. Con las oportunidades que ha podido encontrar hasta ahora, no puede ayudarles tanto como le gustaría.
A veces, Abdul siente que su vida no ha avanzado desde que llegó a Italia: «Vinimos aquí y aquí no somos nada». Luego se anima y añade: «Si estuviera en Afganistán, la situación sería peor. Y eso es lo que me da un poco de energía».
Abdul no está solo. Maryam, una joven afgana, se encuentra en una situación similar. Huyó el año pasado con su marido y sus hermanos y ahora está cursando un doctorado en Francia. Está contenta con esta oportunidad porque volver a Afganistán no parece una posibilidad en este momento: «Esperamos y rezamos para que la situación mejore. No debería haber refugiados, pero parece que esto es solo un sueño».
Integrarse: una multitud de retos
Sabiendo que el retorno no es posible, los refugiados afganos centran sus esfuerzos en reconstruir sus vidas en nuevos lugares. La integración, sin embargo, puede ser muy difícil.
Los primeros meses son especialmente duros. La barrera del idioma impide a los refugiados interactuar con la sociedad en general, lo que a menudo agrava su sensación de aislamiento. «Es muy difícil sentarse y no hacer nada», explica Maryam. Ella y su familia estaban acostumbrados a ser miembros activos de sus comunidades en su país y les resultó difícil sentarse sin hacer nada cuando llegaron a Italia. Con el tiempo, Maryam y su hermana terminaron sus estudios universitarios, pero su marido y su hermano siguen esperando para reincorporarse al mercado laboral.
El hermano de Maryam, médico de formación, asumió puestos de voluntariado en la Protezione Civile local durante la emergencia de COVID-19. Mientras tanto, su marido trabajaba como obrero en una empresa de producción de aceite de oliva en el sur de Italia. Según Maryam, estas actividades evitaron que se sintieran completamente inútiles, pero con sus títulos de educación no reconocidos y pocas perspectivas de empleo, a ambos «les resulta difícil salir adelante».
Sin saber lo que puede deparar el futuro, dependiendo siempre de los demás, la salud mental de los refugiados está constantemente amenazada. También Sayed luchó con su salud mental. Como líder comunitario en su país, le resultaba difícil estar inactivo. A su alrededor, sus compatriotas vivían situaciones extremadamente difíciles: «Creo que todos los refugiados experimentan la depresión», confiesa.
Para ayudar a sus compatriotas, Sayed creó una clase de idiomas para compartir el vocabulario y las expresiones italianas que estaba aprendiendo. Ahora ayuda a más de setenta familias a distancia. «Mi clase tiene dos objetivos», explica. «Uno es ayudar a los que lo necesitan: como no tienen conocimientos de inglés, la explicación es en la lengua darí. El segundo objetivo es para mí mismo, para salir de la depresión». Sentir un propósito le dio a Sayed alegría y le ayudó a sobrellevar las incertidumbres del desplazamiento.
Aunque tanto la familia de Maryam como la de Sayed consiguieron sacar lo mejor de las difíciles circunstancias, la integración no puede ser un camino de ida. Los refugiados de todo el mundo necesitan oportunidades para curarse, vivir con dignidad y contribuir al crecimiento de sus nuevas comunidades. Debemos luchar por una cultura del encuentro en la que todos, refugiados y comunidades locales, puedan aprender y beneficiarse mutuamente.
Reasentarse: una espera interminable
No todos los afganos han podido llegar a un lugar seguro. Muchos de los desplazados forzosos que han salido de Afganistán en las últimas décadas han huido al primer país disponible. En algunos casos, se han enfrentado a dificultades insuperables para acceder al empleo, la educación y la sanidad.
Fátima, que huyó de Afganistán hace cinco años y se refugió en un país vecino, esperaba que su vida mejorara. En cambio, cuenta, «ha sido como dejar atrás un trauma en Afganistán, venir aquí… y recibir otros nuevos».
Fátima se enfrentó a retos similares a los de Abdul, Maryam y Sayed. Sin embargo, las restricciones más severas a los derechos de los refugiados le dejaron con pocas esperanzas para su futuro. «[Aquí] es muy difícil conseguir un buen trabajo. No para todo el mundo, para los refugiados afganos, porque podrías no ser consciente de la documentación, [tener] un estatus ilegal y es realmente difícil», explica. También es imposible acceder a la educación superior.
Tras cinco años en el limbo, gracias a un programa de reasentamiento para refugiados vulnerables patrocinado por un Gobierno extranjero, Fátima y su familia pronto tendrán la oportunidad de volver a empezar. «Tengo muchos planes. No he podido hacer todo lo que deseaba». confiesa Fátima emocionada: «Lo primero es ir allí, empezar a estudiar. No voy a renunciar a eso, era mi mayor deseo y anhelo desde el principio: ir a la escuela y ser profesora».
La lucha de Fátima y su familia no es la única. Su final feliz, sin embargo, sigue siendo demasiado infrecuente. El número de refugiados reasentados en terceros países —así como el número de visados disponibles para que los afganos vulnerables abandonen su país— es muy inferior al número de personas que necesitan protección.
Un año después de la toma del poder de los talibanes, los afganos ya no son noticia, pero siguen sufriendo. No debemos olvidarlos. Se necesitan soluciones concretas y duraderas para que puedan curarse, aprender y determinar su propio futuro.
Permanezcamos unidos para pedir plena protección, procedimiento de asilo y estatuto de refugiado, así como paz y democracia en Afganistán, para que todos los afganos puedan vivir con seguridad y dignidad, estén donde estén.
Recemos juntos por el futuro de Afganistán.
* Todos los nombres se han cambiado.