«La humanidad ha fallado al pueblo de Sudán»: artículo de opinión

07 mayo 2024|Shane Burke, Director Regional Adjunto del JRS África Oriental

Shane Burke, Director Regional Adjunto del JRS África Oriental, describe la realidad a la que se enfrenta el pueblo de Sudán. Centro de tránsito de Renk, en la frontera entre Sudán y Sudán del Sur (Servicio Jesuita a Refugiados).
Centro de tránsito de Renk, en la frontera entre Sudán y Sudán del Sur (Servicio Jesuita a Refugiados).

Estoy en Renk, Sudán del Sur, en lo que se conoce como el centro de tránsito, un espacio cerrado que acoge a quienes huyen de la violencia en Sudán, un conflicto que sigue arrasando desde abril de 2023. Un anciano me da un golpecito en el hombro y se señala el tobillo. Allí se encuentra un perdigón o un trozo de metralla; la herida ya está seca. Está claro que lleva así algún tiempo, cojeando en silencio, es como si supiera que el mundo no se da cuenta del sufrimiento que envuelve su país, Sudán, como un reguero de pólvora. Sabe que el mundo no escucha y, entonces, se aleja sin quejarse.

La humanidad ha fallado al pueblo de Sudán. Los derechos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos son solo palabras para los libros y los responsables políticos. El artículo 3, el derecho a la vida, a la libertad y la seguridad personal, es un cuento de hadas. En Jartum, en Darfur, a lo largo y a lo ancho de Sudán, la gente, arrojada a un mundo de miedo, aislamiento y confusión, huye para salvar sus vidas de los ataques, de las agresiones sexuales y las violaciones, y de la tortura; los derechos humanos son solo palabras que se encuentran al final de un bolígrafo en alguna oficina burocrática lejos de aquí.

La gente de Sudán no quiere abandonar sus hogares, sus pertenencias, sus amigos y sus familias, sus vidas, sus esperanzas, sus sueños, su futuro, pero no tienen elección. A cambio, muchos se encuentran con la dura realidad de Renk, donde escasean los alimentos y los servicios, proliferan las enfermedades y miles de personas comparten los servicios básicos de salud y saneamiento. Allí, en medio de todo, los niños corren y juegan; han sufrido los horrores de la guerra, han perdido a sus seres queridos, sus vidas han dado un vuelco y, sin embargo, tienen espíritu para jugar. Incluso en medio de tanta tragedia hay algo de esperanza.

Las organizaciones humanitarias hacen todo lo que pueden, con escasez de fondos, sobrecargadas de trabajo, desbordadas, pero persisten y atienden a cien veces más personas de las que disponen. Siguen adelante, ofreciendo un destello de luz en medio de la oscura desesperación. Juntos, cansados y desilusionados, fuertemente comprometidos y apasionados, están junto a profesores, madres, conductores, estudiantes, cocineros, de todas las profesiones y condiciones sociales, ahora todos iguales, todos juntos atrapados en este limbo, con sus vidas pasadas que han desaparecido.

Tengo el privilegio de trabajar con el personal del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), sirviendo y acompañando a personas en toda la región de África Oriental. Los que están en Renk entienden los retos a los que se enfrenta la gente, ven el horror, la pérdida y el dolor en las personas a las que atienden cada día. El JRS ofrece a estos supervivientes una palabra amable, un espacio seguro, la oportunidad de dar un suspiro de alivio por el momento. El JRS ofrece primeros auxilios psicosociales y fisioterapia a los que llegan.

Fuera de las instalaciones del JRS llegan dos mujeres con un adolescente. Ellas están desesperadas y él está agotado, no puede caminar; acaban de llegar al caos del centro de tránsito tras un largo viaje para escapar de los combates en Sudán. Están motivadas y concentradas, solo les preocupa cómo está el chico. Un integrante del personal del JRS los lleva al centro del JRS, una habitación pequeña y calurosa, pero un escape temporal de la locura exterior. Reciben agua fría y una amable sonrisa. Tienen un momento para tranquilizarse. Por el momento. Estos actos de paciencia, comprensión y amabilidad caracterizan al personal del JRS y me hacen sentir orgulloso de formar parte de una organización como esta.

Me siento con un grupo de personas amputadas, acurrucadas, a pesar de los 40 grados, sudando, pero felices de hablar, felices de tener un espacio para expresarse, un espacio para compartir sus retos, para obtener algo de consuelo lejos de la dura realidad en la que se encuentran actualmente. Este es un grupo de asesoramiento del JRS que apoya el bienestar psicosocial y mental de cientos de personas que llegan a Renk, hombres, mujeres y niños que reciben la amable atención del personal del JRS. La desesperación se puede ver en su verdadera y pura forma en aquellos que tuvieron la suerte de escapar de Sudán con vida. El JRS los acompaña, al menos por ahora.

Millones de personas han sido desplazadas internamente, otras tantas han huido a través de las fronteras internacionales a los países vecinos y miles han perdido la vida; y las cifras siguen creciendo. A estas personas se les han negado sus derechos humanos básicos y se les ha despojado de su dignidad.

La capacidad de las organizaciones humanitarias está al límite, con unos recursos que se agotan rápidamente. La gente de Sudán, dentro de sus fronteras y en los campos al otro lado de ellas, debe ser considerada. Su lucha debe ser conocida y no deberían tener que sufrir. Por el bien de la humanidad, las personas afectadas por esta crisis no pueden caer en el olvido.

*Este artículo fue publicado originalmente por Irish Jesuits International