De Sudáfrica a Malaui: Compartiendo una comida
08 mayo 2019|Por Lukas Gilius, asistente financiero internacional del JRS
Johannesburgo – Después de meses de llevar la contabilidad sentado ante una pantalla de ordenador en la oficina internacional del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Roma, finalmente llegó la hora de tener una experiencia sobre el terreno. Mi primera misión fue en la oficina regional del África austral. Durante mi primer día completo, mis compañeros me enviaron a ver nuestros proyectos urbanos en Pretoria, la capital de Sudáfrica.
En nuestro primer destino, el Centro Arrupe de Habilidades para Mujeres, las refugiadas reciben formación en cosmética, masajes, depilación y manicura. Hable con cada una de las talleristas, e incluso tuve la oportunidad de asistir a algunas de sus clases. Me impresionaron mucho las formadoras y todo el personal que trabaja para ayudar a las refugiadas a acceder a estas oportunidades. La dedicación de las estudiantes por superarse y el deseo de ser parte activa de su nueva comunidad fue inspiradora. Mi nueva comunidad me acogió con calidez y me dejó preguntándome por qué había dado eso por sentado, sabiendo que muchos refugiados se encuentran con la hostilidad y la xenofobia en sus lugares de adopción.
Después realizamos visitas domiciliarias: la primera fue para ofrecer apoyo psicosocial a un hombre de 43 años que contrajo el VIH en prisión. A pesar de los muchos desafíos que sufrió, estaba claro que no había perdido su pasión por la vida.
También conocimos a un refugiado congoleño que sufrió un derrame cerebral poco después de llegar a Johannesburgo. Las familias de África del Sur tradicionalmente esperan que sea el hombre quien mantenga la familia, por lo que su mala salud también tuvo un impacto en su madre y su hijo. Los trabajadores sociales del JRS le aconsejaron sobre cómo mitigar el estrés y le ayudaron a volver a caminar con fisioterapia. Luego compartí una comida con el equipo de visitas domiciliarias y reflexionamos sobre el importante trabajo que llevan a cabo. Nos sentimos honrados de que los refugiados nos acepten en sus vidas, incluso después de haber sido excluidos de su propia comunidad. Nos dieron la oportunidad de comprender la dureza de sus vidas, y yo pude entender la importancia de los servicios que brinda el JRS.
Gracias a todo esto, rápidamente pude conectar con aquellas personas a las que servimos y tener una visión más profunda de ellas. Los refugiados enfrentan enormes desafíos tras haber sido arrancados de sus hogares y obligados a buscar uno nuevo. Ver su realidad me hizo comprender el alcance de los obstáculos que deben superar: la falta del derecho a la salud, la xenofobia y los trámites burocráticos excesivos y disuasorios. En un mundo donde todo parece conspirar contra los refugiados, me alegra formar parte de una organización que los apoya activamente.
Después de Sudáfrica, viajé a Lilongüe, la capital de Malaui, para hacerme una idea de cómo funciona el JRS en una zona rural y saber más sobre los refugiados que viven en campamentos. El campamento en Dzaleka cuenta con 34.000 refugiados de la República Democrática del Congo (RDC), Etiopía y Burundi. Primero visitamos un laboratorio de enseñanza digital donde los refugiados aprenden a programar en CSS y HTML para ganarse la vida online. Esto tiene grandes beneficios ya que a los refugiados no se les permite trabajar dentro del país, y muchos dependen de las oportunidades digitales para ganarse la vida. También tuvimos la oportunidad de sentarnos en una clase de primaria donde los estudiantes aprendían a medir ángulos, y en un aula de secundaria donde estaban leyendo Macbeth. Fui testigo de una inmensa pasión por aprender. Solo la escuela de primaria tiene 4.000 alumnos, y otros 4.000 necesitan una plaza.
Dzaleka está bien organizado, cuenta con restaurantes y mercados. Nos sentamos a almorzar, pero con ganas de regresar al trabajo y conocer los desafíos injustos que enfrentan los refugiados y solicitantes de asilo, incluidos los de los refugiados que conocí. La falta de apoyo emocional y de integración con el que lidian muchos refugiados podría resolverse con algo tan simple como una conversación durante una comida.
La excusa es muy simple, compartir una comida, pero la conversación puede ser profunda. Al analizar lo que cada uno de nosotros puede hacer para apoyar a los refugiados, podemos escuchar y asimilar, dando el primer paso hacia un mundo en el que todos puedan obtener protección, oportunidades y participación.