Mensaje del Padre General por el fallecimiento del P. Adolfo Nicolás SJ

20 mayo 2020

El P. Adolfo Nicolás SJ (derecha), ex Superior General, con el P. Thomas H. Smolich SJ (izquierda), Director Internacional del JRS, en Roma en 2015.

A TODA LA COMPAÑÍA

Queridos hermanos:

Con dolor, pero a la vez lleno de agradecimiento, quiero comunicarles que este 20 de mayo, en Tokio, el Señor ha llamado junto a Sí al P. Adolfo Nicolás, nuestro anterior Superior General.

El P. Nicolás, que muchos llamábamos cariñosamente Adolfo, y los jesuitas de Asia Pacífico “Nico”, había nacido en Palencia (España) el 29 de abril de 1936. Entró en la Compañía el 14 de septiembre de 1953, y fue ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1967. Siendo escolar fue enviado a la misión del Japón, donde, entre otras cosas, fue profesor de teología, rector de los escolares y provincial, dedicándose luego al trabajo social con emigrantes en Tokio. Durante diez años vivió en Filipinas, ejerciendo como director del Instituto de Pastoral de Extremo Oriente (EAPI) y como Presidente de la Conferencia de Provinciales de Asia Oriental y Oceanía. Tras haber presentado su dimisión como General de la Compañía, fue director espiritual en el EAPI y en la Residencia Internacional Arrupe de Manila.

El P. Nicolás fue elegido Superior General por la Congregación General 35 el 19 de enero de 2008. Ocho años después, el 3 de octubre de 2016, la Congregación General 36 aceptaba su renuncia. En tal ocasión, representando a los miembros de la Congregación y en nombre de la Compañía, el P. Federico Lombardi dirigió unas sentidas palabras al P. Nicolás en las que agradecía su entrega y su servicio como Superior General. Les invito a releer aquel homenaje, recogido entre los documentos de la CG 36. Resume de manera ejemplar el estilo personal de ejercer la autoridad que tuvo el P. Nicolás –lleno siempre de calidez, bondad y alegría–, así como sus innumerables aportaciones, como Superior General, a la marcha de la Compañía y de la Iglesia. Como dice el P. Lombardi, nunca olvidaremos dos palabras que el P. Nicolás repetía constantemente y que nos impulsaban a la renovación de la Compañía: “universalidad” (la de nuestra vocación y nuestra misión) y “profundidad” (espiritual e intelectual, en aras de nuestra misión).

Quizá el mejor modo de recordar al P. Adolfo Nicolás sea con una breve oración, escrita de su mano tras los Ejercicios de ocho días que realizó en 2011 junto con su Consejo General, y que tuve el privilegio de acompañar. Muchos meses después de aquellos Ejercicios, algunas reuniones del Consejo comenzaban con esta oración, surgida de la meditación personal del P. Nicolás sobre la pesca milagrosa y que narra San Juan en el capítulo 21. Constituye una excelente síntesis de su persona y de su espiritualidad. La versión original de la oración dice así:

Señor Jesús,
¿Qué flaquezas has visto en nosotros que te han decidido a llamarnos, a pesar de todo, a colaborar en tu misión?
Te damos gracias por habernos llamado, y te rogamos no olvides tu promesa de estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Con frecuencia nos invade el sentimiento de haber trabajado en vano toda la noche, olvidando quizá que tú estás con nosotros.
Te pedimos que te hagas presente en nuestras vidas y en nuestro trabajo, hoy, mañana y en el futuro que aún está por llegar.
Llena con tu amor estas vidas nuestras, que ponemos a tu servicio.
Quita de nuestros corazones el egoísmo de pensar en ‘lo nuestro’, en ‘lo mío’, siempre excluyente y carente de compasión y de alegría.
Ilumina nuestras mentes y nuestros corazones, y no olvides hacernos sonreír cuando las cosas no marchan como querríamos.
Haz que al final del día, de cada uno de nuestros días, nos sintamos más unidos a Ti, y que podamos percibir y descubrir a nuestro alrededor más alegría y mayor esperanza.
Te pedimos todo esto desde nuestra realidad. Somos hombres débiles y pecadores, pero somos tus amigos.
Amén”.

La lectura de esta oración evoca el Adolfo más real: un hombre sabio, humilde y libre; entregado al servicio de modo total y generoso; conmovido por los que sufren en el mundo, pero a la vez rebosante de la esperanza que le infundía su fe en el Señor Resucitado; excelente amigo, de los que aman la risa y hacen reír a otros; un hombre del Evangelio. Es una bendición haberlo conocido. A la vez que oramos por su felicidad eterna junto al Señor, a quien tan bien sirvió, pedimos poder continuar nosotros igualmente sirviendo a la misión como lo hizo él, con bondad, con generosidad y con alegría.

Fraternalmente,

Arturo Sosa SJ
Superior General