Carta de fin de año del Director Internacional del JRS: La esperanza vive

29 diciembre 2019|P. Thomas H. Smolich SJ, Director Internacional del JRS

El Director Internacional del JRS con una clase de estudiantes durante una visita a nuestros proyectos en Sudán del Sur. (Servicio Jesuita a Refugiados)
Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas.
Isaías 2:4

Repasando 2019, me vienen a la memoria personas que he conocido este año. Mujeres y hombres desplazados por la fuerza que me recuerdan la presencia de Dios: el personal que acompaña y sirve más allá de lo que se cuenta, así como la familia extensa del JRS, cuyo apoyo espiritual y económico sostiene nuestra misión… los tengo a todos muy presentes ahora que nos preparamos para 2020.

A menudo escucho la palabra resiliente cuando hablamos de las personas desplazadas por la fuerza. Los individuos resilientes pueden absorber y superar la adversidad en sus múltiples formas, y esta es una cualidad que describe a muchos de los refugiados que conocí este año. Sin embargo, es un término que puede mantener a los refugiados a distancia: los cedros del Líbano y los muros de piedra también serían resilientes.

La palabra claramente humana para la resiliencia es esperanza. La esperanza es una virtud y una perspectiva, una gracia que nos permite vivir hoy creyendo en un futuro borroso e incierto. Esperanza no significa optimismo, el discutible pensamiento de que el mañana será mejor. La esperanza nace del sufrimiento, da fuerza a los exhaustos ​​y une a las personas para conformar un futuro conocido solo en el amor de Dios. Citando al ex director internacional del JRS, Mark Raper SJ, «la esperanza es una promesa que arraiga en el corazón… (la esperanza) nos permite vivir plenamente en el momento presente».

A lo largo de este año, tuve la bendición de experimentar la esperanza en muchas de sus formas. Fui testigo de cómo una refugiada rohinyá daba testimonio de cómo prepararse para convertirse en líder del aula fue el catalizador para descubrir su voz como mujer. Ella encuentra la esperanza donde más de un millón de rohinyás en los campamentos no tienen una solución clara para su desplazamiento, mientras el mundo parece indiferente.

En Maban, Sudán del Sur, escuché a los educadores hablar sobre la importancia de la capacitación docente que se ofrece a los refugiados, a la comunidad local y a los desplazados internos sursudaneses. Muchos de ellos ya recibieron educación del JRS siendo niñas y niños en los campamentos de refugiados de Uganda hace veinte años; su esperanza continúa siendo una inspiración y un estímulo.

En Soacha, Colombia, conocí a una madre venezolana que salió de su país junto a su esposo y su bebé porque no podían encontrar medicamentos para su hijo mayor epiléptico. “Cuando llegamos, estaba acurrucado como una pelota; ahora vuelve a caminar”. La esperanza vive y agradece.

La esperanza, por supuesto, se basa en la fe de los refugiados y en nuestra fe como ministerio de la Compañía de Jesús. La esperanza permanece vacía si no hay amor y, como nos recuerda San Ignacio, el amor se muestra mejor con los hechos que con las palabras. Sin embargo, frente a la oposición, el trauma y el sufrimiento, abunda la esperanza: las lanzas se convierten podaderas.

Que estas fiestas estén llenas de esperanza para todas y todos, y que 2020 traiga un futuro construido sobre la esperanza, así como el amor que se demuestra con hechos, para las personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo.