Una mujer siria ha reconstruido su vida acompañando a los más necesitados
18 marzo 2025

Nora* experimentó por primera vez la pérdida hace 35 años, cuando era niña. Creció en Al-Quseir, una ciudad de Homs, en Siria. Un día, tras volver a casa, descubrió que su padre había desaparecido. Durante más de una década, su familia vivió en la incertidumbre, a menudo asumiendo que había muerto. Cuando sus compañeros de clase preguntaban por él, ella solo podía responder entre lágrimas, mientras su madre permanecía en silencio, sabiendo que incluso hablar de su destino podía ponerlos a todos en peligro.
Sin apoyo económico, su madre trabajó incansablemente para mantener a la familia. Entonces, después de 12 años de silencio, Nora descubrió que su padre seguía vivo. Pero su alegría duró poco.
«Mi padre estaba en la cárcel. Fue condenado injustamente a 15 años y, cuando intentó defenderse en un juicio militar sumario, su condena se amplió a cadena perpetua», recuerda Nora. «En Siria, una cadena perpetua suele significar 22 años, pero él permaneció encarcelado durante 35 años, con raras visitas permitidas».
La vida siguió adelante en su ausencia. Nora echó de menos su presencia en cada momento trascendental, especialmente el día de su boda. Con el paso de los años, construyó una vida estable en Al-Quseir, Homs, con su marido, un maestro de escuela. Además, tenían una pequeña tienda de suministros eléctricos y Nora cuidaba de sus tres hijos.
Cuando estalló la guerra en 2011, todo se vino abajo. La violencia los obligó a huir a Damasco. Más tarde, en 2014, cuando el ejército tomó el control de Al-Quseir, Nora esperaba reconstruir su vida. Pero pocos días antes de regresar, su marido fue arrestado por negarse a tomar las armas.
En el día 35 de su detención, recibió una noticia que no podía creer: lo habían matado. «Ese fue el día más difícil de mi vida», recuerda. «Perdí a mi pareja y mis hijos se quedaron huérfanos de la noche a la mañana. Mi hija mayor solo tenía siete años. Sentía que todas las puertas de la vida se me habían cerrado y me sentía completamente sola».
El camino hacia la curación
Conoció al JRS en el centro Beit Alberto de Jaramana, en Damasco. Lo que empezó como voluntariado pronto la llevó a unirse al equipo de divulgación y estos fueron sus primeros pasos hacia la reconstrucción de su vida.
Para Nora, trabajar con el JRS fue un punto de inflexión. Con la estabilidad y el apoyo que le proporcionaba su trabajo, pudo encontrar una casa e inscribir a sus hijos en la escuela, asegurándose de que recibieran la educación que merecían. «Este lugar me dio amor, seguridad y confianza», afirma.
Nora asistió a talleres con el JRS y descubrió el poder de trabajar en equipo. «Todavía estoy en pleno viaje», dice. «Mis hijos están creciendo y sus sueños son mi motivación para seguir adelante».
«Encontró consuelo en ayudar a los demás; era como si sus luchas le dieran la fuerza para sanar», dice Amani, una de sus colegas. En algunas visitas, las familias dudaban en hablar, pero con Nora, las barreras se derrumbaron, «ella podía ver más allá de lo que otros notaban, veía más allá de la superficie».
Un nuevo inicio
Las dificultades de la vida no terminaron, pero Nora y su familia se hicieron más fuertes. Su hija mayor ahora está estudiando en la universidad, su hijo se está preparando para sus exámenes de secundaria y su hijo menor continúa sus estudios. Entonces, sucedió algo que ella nunca había esperado.
Después de 35 años de injusto encarcelamiento —y tras la caída del régimen de Assad— llegó la noticia que Nora nunca se había atrevido a esperar: su padre estaba libre. «Gracias a Dios», susurró. «Me hicieron daño, pero yo nunca hice daño a nadie».
A Nora no le sorprendió que él decidiera no sentir ira ni buscar venganza. «Siempre nos enseñó a no hacer daño a los demás», dice. «Nuestra familia quiere cerrar este capítulo del dolor». Incluso ahora, parece irreal. «A veces, oigo su voz y corro a comprobar si realmente está ahí», confiesa.
*Se ha cambiado el nombre para proteger la identidad de la persona.