En medio de las bombas en el Líbano, una iglesia abre sus puertas a cientos de migrantes
19 noviembre 2024|Michael Petro, Director del proyecto JRS Lebanon Migrant Centre.
Michael Petro, originario de Boston, EE. UU., es un jesuita en formación, que actualmente sirve a refugiados y migrantes en Beirut, Líbano, con el JRS Líbano. Su trabajo se divide en dos partes: por un lado, acompaña a las comunidades de trabajadores migrantes en el Líbano que se enfrentan a graves problemas; por otro, también forma parte del equipo de defensa del JRS en la oficina regional.
Desde el 7 de octubre del año pasado, el conflicto se ha apoderado del sur del Líbano y del valle de la Bekaa. La situación fue escalando lentamente hasta que, en torno al 23 de septiembre, se intensificó rápidamente. Desde entonces, todo ha cambiado para el JRS Líbano.
Normalmente, llevamos a cabo varios programas centrados en la educación, la salud mental y el apoyo psicosocial, la formación para la subsistencia, los esfuerzos de reconciliación y la asistencia familiar en los campamentos informales de refugiados del valle de la Bekaa y Baalbek, así como para los refugiados urbanos en Burj Hammoud, un suburbio de Beirut. Sin embargo, desde que estalló el conflicto, hemos interrumpido todos los proyectos habituales y nos hemos dedicado por completo a los servicios de emergencia.
El Gobierno ha abierto más de mil refugios en todo el país para los desplazados libaneses y nuestro personal ha empezado a responder a las necesidades básicas de las personas que viven en ellos. Sin embargo, la demanda de refugios seguros aumentó rápidamente y los albergues del Gobierno alcanzaron rápidamente su capacidad máxima, al tiempo que se negaban a admitir migrantes. En respuesta, decidimos abrir las puertas del JRS en el Centro de Migrantes Arrupe (AMC, por sus siglas en inglés) de la iglesia jesuita y en un monasterio jesuita situado en las montañas, a unos 45 minutos de Beirut.
Lo terrible de esta situación es que a veces tenemos que negarnos a acoger a gente porque no tenemos espacio suficiente. Todos los días recibimos llamadas de personas que necesitan un refugio seguro, pero no podemos ofrecerles un lugar.
Actualmente damos cobijo a unas 110 personas, tanto migrantes como refugiados. Nuestros dos refugios han acogido a unas 160 personas en total, algunas de las cuales han logrado encontrar alojamiento en otros lugares. Estamos trabajando para ampliar nuestro segundo emplazamiento para acoger a más personas y asegurarnos de que podemos proporcionarles comida, agua y todo lo esencial que necesitan.
El Centro de Migrantes Arrupe
Desde mi llegada al Líbano, mi principal responsabilidad ha sido el centro de migrantes urbanos, un proyecto de los jesuitas. Es una parroquia que también alberga la oficina regional del JRS. Llevamos 40 años apoyando a los trabajadores migrantes y este espacio les sirve como punto de encuentro en el que pueden pasar tiempo juntos.
Con los años, hemos visto cómo este lugar se ha convertido en un vibrante centro comunitario, no solo para los trabajadores migrantes y los refugiados de Siria, sino también para los refugiados de Filipinas, Sri Lanka, Sudán, Sudán del Sur, Etiopía y otras partes de África.
Cada semana, durante la misa, el padre Dan Corrou, SJ, director regional del JRS para Oriente Medio y Norte de África (MENA, por sus siglas en inglés), saluda calurosamente a los que llegan con las palabras: «Bienvenidos a casa». Todas las misas comienzan así.
Para los trabajadores migrantes, muchos de los cuales están lejos de sus familias y no tienen un hogar en el Líbano, escuchar este mensaje repetidamente los ayuda a creer en él, lo que es bueno porque es verdad. Para muchos, esta iglesia se ha convertido en un verdadero hogar lejos de sus hogares.
Cuando estalló el conflicto, la gente buscó refugio en la iglesia. La noche del 23 de septiembre, una mujer migrante, que ya era una integrante de nuestra comunidad, me llamó para preguntarme si ella y sus cinco hijos podían venir a la iglesia. A partir de ese momento, empezaron a llegar cada vez más personas, muchas de las cuales habían caminado durante la noche desde Nabatiye, una ciudad del sur muy afectada por los bombardeos.
Tardaron 18 horas en llegar a su destino. Entre los que llegaron había algunas mujeres embarazadas y una que acababa de dar a luz y su bebé solo tenía tres días cuando llegaron a nuestra parroquia. Tanto la madre como su bebé se encuentran bien ahora.
Afortunadamente, los refugios del JRS están bastante protegidos de los ataques debido a su ubicación. Justo enfrente del Centro de Migrantes Arrupe hay un barrio llamado Basta, una zona chiíta donde vive parte de nuestro personal. Ha sido blanco de misiles y ataques aéreos en múltiples ocasiones y algunos de los ataques se han producido a unos 600 metros de nuestro refugio e incluso más cerca de donde residen algunos de nuestros empleados.
Sin embargo, aunque hay ataques diarios, la geografía de la zona hace que no oigamos hablar mucho de ellos. Lo mismo ocurre con el refugio de las colinas, un edificio de piedra situado a varios kilómetros de Beirut. Los sonidos de drones y explosiones son constantes, pero no estamos en una zona de ataque directo, lo que nos permite ofrecer seguridad y protección a las personas a las que atendemos.
Sin embargo, aunque la violencia se concentre en una zona concreta, sigue siendo indiscriminada. Simplemente no está en nuestra zona.
Los retos de los migrantes en el Líbano
Las personas a las que atendemos no son solo refugiados; muchos son trabajadores migrantes desplazados y algunos de los refugiados se enfrentan ahora a su tercer desplazamiento. El desplazamiento ha sido una constante a lo largo de sus vidas. Después de meses de conflicto, estamos empezando a ser testigos de todo el impacto de esta crisis en curso, con la incertidumbre pesando sobre muchos.
Muchos de los trabajadores migrantes a los que atendemos sienten que no pueden marcharse porque deben seguir trabajando para mantener a sus hijos o familiares que dependen de sus remesas semanales. A pesar de la emergencia, estas presiones siguen siendo reales y estos retos se ven agravados por el propio conflicto, ya que se necesita urgentemente de apoyo psicosocial y espacios seguros para refugiarse.
Todavía hay migrantes y refugiados viviendo en la calle y con la llegada del invierno, la situación es aún más grave. El invierno en el Líbano no solo es frío, sino que también es húmedo y lluvioso. Permanecer a la intemperie durante el crudo invierno libanés no puede ser una opción.
La solidaridad de los desplazados
En los primeros días de la escalada del conflicto, algunos de nuestros colaboradores, especialmente los del valle de la Bekaa, se vieron desplazados muy rápidamente. Entre ellos, pienso en una de las mujeres de nuestro proyecto en Baalbek que vino directamente al Centro de Migrantes Arrupe, dispuesta a ofrecer su apoyo. También hay algunos integrantes de nuestro personal regional que han sido desplazados y viven ahora en la residencia de los jesuitas, junto a la oficina regional. Ellos también han sido un gran apoyo para el refugio.
Nuestro personal desplazado se aseguró de cuidar tanto de sus familias como de todas las familias que llamaban a nuestra puerta en busca de ayuda, asegurándose de que estuvieran a salvo. Este acto de solidaridad realmente me conmovió.
El Reino de Dios
Asistir a misa es una parte fundamental de mi compromiso como jesuita. Sin embargo, en este tiempo de emergencia, se ha vuelto cada vez más difícil debido a mi apretada agenda. No hace mucho, después de un día particularmente agotador, el padre Dan se ofreció a decir misa en mi nombre. Nos reunimos en la pequeña capilla de la iglesia, que es nuestra casa, y es realmente un espacio hermoso.
Aunque era de noche, había mucha gente esperando para asistir a misa. Dentro, estaba oscuro y silencioso, salvo por el zumbido lejano de los drones sobre nuestras cabezas. Cuando nos sentamos juntos en la íntima capilla, miré a mi alrededor y vi quién estaba allí. Estaban el padre Dan, los trabajadores migrantes —que habían venido a ayudar a los necesitados desde el primer día—, había hombres, mujeres y niños —que se habían refugiado aquí— y estaba yo. Gente de diferentes partes del mundo, de Sri Lanka, de Filipinas, palestinos y sudaneses.
Todos estábamos reunidos en este pequeño espacio, en esta pequeña capilla lateral. Éramos pocos y fuera estaba muy oscuro.
La luz era muy tenue y fuera había drones. La pequeñez del Reino de Dios realmente me conmovió, como si fuera tan frágil, pero también tan lleno de vida. Allí estábamos a salvo y esas personas estaban bien. Estábamos juntos, rezando y apoyándonos unos a otros, cuidándonos mutuamente. Fue un momento muy real de pequeñez y de gracia expansiva.
La esperanza de un hogar en paz
Nuestra primera esperanza es la paz. Una paz que pueda llevar a una reconciliación justa. Porque creo que la razón por la que hay guerra es que hay algo que está mal, algo profundamente equivocado. Espero que quienes quieran volver a casa puedan hacerlo.
Muchos de nuestros hermanos refugiados llevan más de una década esperando su reasentamiento, y el Líbano no es un lugar seguro para que la gente espere. Esto demuestra lo que ocurre cuando las políticas no funcionan cuando el reasentamiento no funciona para quienes lo necesitan. Muchos de los que viven en nuestros refugios no pueden volver a casa. Para algunos, los hogares que habían construido han sido destruidos, al igual que los de sus países de origen. ¿Dónde irán a parar? Espero una paz que traiga algo de honestidad y de justicia.